CUANDO DESPERTÓ, ¿LA ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA TODAVÍA ESTABA ALLÍ?
(Palabras de bienvenida a la asociación BALUARTE-TARIFA)
Siempre que una nueva asociación cultural inicia su andadura con el propósito de recopilar y difundir la historia de un lugar, se nos ofrece a todos aquellos que lo habitamos el mejor de los regalos posibles: el re-descubrimiento y el re-conocimiento de nosotros mismos.
La fórmula para este incremento de nuestro inventario antropológico es de sobras conocida, aunque no por ello inmediata en resultados: pasar por el tamiz de la observación crítica y rigurosa los elementos que a lo largo del tiempo hemos sedimentado sobre el lugar que habitamos.
Una exploración, en definitiva, campo a través dentro de ese paraje incierto denominado PATRIMONIO.
De entre todos los elementos que afloran en nuestras ciudades solo uno traduce, en su devenir histórico, toda nuestra trayectoria vital, social, económica y tecnológica, dado que su génesis y su evolución responden a la necesidad de dotar al hombre, imperfecto por naturaleza, de la perfección necesaria.
Este elemento fundamental y fundamentado no es otro que la ARQUITECTURA.
Es por tanto el elemento idóneo a través del cual desentrañar los hábitos y costumbres desplegados por una sociedad desde sus inicios a la actualidad, hecho que implica indefectiblemente abarcar la arquitectura de nuestros días: la ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA.
Esta Arquitectura, que en su praxis ejercita la abstracción, la re-interpretación y la actualización de elementos anteriores, vernaculares, desarrolla unos valores específicos, críticos con la ciudad heredada.
Cristaliza las nuevas formas de la socialización y el habitar contemporáneos, alimentándose de forma sustancial del desarrollo tecnológico.
Éticamente se caracteriza por su compromiso en el reconocimiento de su potencialidad para construir una ciudad más habitable, y por tanto más humana.
Sin embargo, a pesar de que esta arquitectura reflexiva y comprometida con su tiempo tiene mucho que aportar al conocimiento de la sociedad a la que sirve, resulta poco menos que desolador comprobar la indigencia que de ella hacen gala los estudios sobre el Patrimonio, los cuales la excluyen en virtud de ese perverso reduccionismo que antepone la cantidad (de espesor de pátina de tiempo sobre un elemento) a la calidad (constructiva, espacial, funcional, tipológica, etc.) como criterio de validación y valoración.
Esta negación a pasar la Arquitectura Contemporánea por el tamiz de la observación crítica supone una acotación interesada e innecesaria al conocimiento, haciendo del Patrimonio un traje a la medida de quien lo contempla.
Las razones de este ninguneo radican exclusivamente en el desconocimiento de esta Arquitectura, lo que aparte de deparar, en el mejor de los casos, desconfianza, lleva a confundirla con los banalizados y narcotizantes productos que el mercado inmobiliario oferta, de los que, obviamente, resulta imposible extraer valor alguno.
Estas realizaciones, en efecto contemporáneas, no son arquitectura, son construcción.
El peor de los casos tiene lugar cuando se constata que, epidérmicamente, esta arquitectura no reproduce los rasgos de una determinada arquitectura heredada, entronizada, canonizada y beatificada como la arquitectura típica de la ciudad por sobre el resto de arquitecturas que conforman un palimpsesto llamado ciudad.
Esta disidencia desata el anatema y el furor integrista y papanático.
Lo único cierto, objetivamente, es que el bagaje de la Arquitectura Contemporánea se encuentra en evidente desventaja (solo un siglo de producción) frente al gran cuerpo protoarquitectónico, pasto habitual de la disciplina patrimonial.
Pero como haberlo, hailo, y de gran trascendencia para comprender e interpretar la historia local, cito, cronológicamente en base a su construcción, tres ejemplos, más conocidos que apreciados, que supusieron una ruptura con las condiciones temporales-espaciales del momento:
- La población de Tahivilla, proyectada en 1934 por Fernando de la Cuadra e Irizar y recientemente incluida en el primer Registro Andaluz de Arquitectura Contemporánea elaborado por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.
La definición de su estructura urbana se confía a la ortogonalidad, parámetro eminentemente moderno y racional que en la consciente distorsión de la escala genera y jerarquiza ámbitos diferenciados.
La relevancia de este núcleo urbano descansa igualmente en su arquitectura, que reinterpreta en claves modernas la arquitectura popular andaluza sin caer en el fácil kitsch folclórico.
- El edificio que conforma uno de los linderos de la plaza de San Hiscio, proyectado como cine en 1960 por Carlos Solís Llorente y Antonio Sánchez Esteve.
Las excepcionales condiciones espaciales y volumétricas de la inicial caja de sueños, aniquiladas por sus posteriores conversiones en gimnasio y discoteca, no salvan al edificio de su condena a la hoguera por herejía al tipismo de la ciudad, por insertarse en una plaza tópica con la desfachatez de no subordinarse ciega y mimeticamente al entorno construido.
(¿Alguien conoce, o imagina, un equipamiento cultural colectivo con balcones de forja y macetas con geranios?)
- La Casa del Mar, proyectada en 1977 por Pablo García Villanueva y también incluida en el primer Registro Andaluz de Arquitectura Contemporánea.
Este bello edificio exento, que vincula y formaliza su contacto con la tierra a través de un basamento pétreo sobre el que se desarrollan, fragmentadas según sinuosos cuerpos volados de distinta materialidad, las distintas áreas funcionales que lo estructuran, hunde sus raíces en la blanca, anónima y silenciosa arquitectura popular andaluza, interpretada a través de la óptica de la corriente orgánica del movimiento moderno.
A tenor de todo lo expuesto anteriormente concluyo con las siguientes reflexiones:
Que, indiferente a todas las disquisiciones sobre la santa e incontestable arquitectura de la ciudad, la matemática de todo conocimiento antropológico, histórico o patrimonial es rotunda: más elementos a juicio, más hallazgos.
Por tanto, la travesía que nos conduce al encuentro con nosotros mismos requiere alforjas llenas de todas las arquitecturas de calidad ejercitadas en el lugar.
Que no es imprescindible esperar a que una densa pátina de tiempo recubra los objetos para validarlos, ya que no siempre es oro todo lo que envejece; y mientras la Arquitectura Contemporánea permanece cerrilmente recluida en el purgatorio patrimonial, negándosele la posibilidad de destilar conocimiento sobre nosotros mismos, otras arquitecturas desacreditan un paraíso inmerecido (véase el caso de la burda construcción que parasita el bello cerro homónimo, y que solo bajo una óptica quijotesca es capaz de presentar un atisbo de calidad constructiva, espacial o funcional).
Que contemplar las arquitecturas recientes como partes fundamentales y fundamentadas del Patrimonio no supone ninguna deslegitimación o adulteración de éste; supone enriquecerlo con los nuevos valores colectivos instaurados en la ciudad.
Sin embargo esta saludable dilatación del Patrimonio, que ya viene practicándose a escala autonómica a través del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico y que se ha materializado en la redacción del Primer Registro de Arquitectura Contemporánea, sigue chocando con el tozudo inmovilismo de los ámbitos inferiores, donde todo está por hacer.
Que como toda parte activa del Patrimonio, la Arquitectura Contemporánea ha de perseguir su invulnerabilidad, tanto física, como realidad construida, como mental, dentro del imaginario colectivo de la ciudad que la alberga.
Y para ello la mejor vacuna es la recopilación y la difusión pública de sus valores por parte de quienes tienen al Patrimonio como materia prima de trabajo; previo rearme, ético y estético, de una disciplina que tiene ahora como nuevo objeto de estudio una arquitectura cercana al día de hoy pero distante en el tiempo respecto de las que habitualmente pueblan sus mesas.
Solo de esta manera podremos decir, parafraseando a Monterroso, que cuando despertó, la Arquitectura Contemporánea todavía estaba allí.
Siempre que una nueva asociación cultural inicia su andadura con el propósito de recopilar y difundir la historia de un lugar, se nos ofrece a todos aquellos que lo habitamos el mejor de los regalos posibles: el re-descubrimiento y el re-conocimiento de nosotros mismos.
Si dicho viaje comprende todas las estaciones existentes, mejor.
SALUD y BUEN VIAJE.
José Ramón Rodríguez Álvarez
Mayo de 2008
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