El nombre de Valdés se le dio a la calle de Los Mesones en 1840. Este señor no es otro que el famoso coronel Francisco Valdés, el mismo que capitaneado por 65 o 70 facciosos, se apoderó de Tarifa en la mañana de 3 de Agosto de 1824, [1] en cuyo vandálico suceso tanto sufrió el vecindario tarifeño. El mismo que al apoderarse de la Isla de las Palomas, sorprendiendo a la escasa guarnición, dio libertad a los reclusos de aquel presidio que se le unieron como fuerzas revolucionarias y que dueños de la situación se dedicaron al pillaje y saqueo de la población. Un chispazo más de la revelación ante el aireado retorno de Fernando VII al absolutismo.
Valdés al frente de una partida refugiados en Gibraltar, se introdujo en la ciudad, al abrirse sus puertas, al grito de “Viva la Constitución de 1812” [2].
Era gobernador militar de la plaza el brigadier don Manuel Daván Urrutia, que a la sason se encontraba cuando el hecho en Algeciras. Los insurrectos que al mando de dicho coronel Valdés, habían desembarcado aquella noche procedente de Gibraltar sorprendiendo en la Isla a la pequeña compañía del regimiento de Inválidos mandada por el capitán don José Ramón Aznar.
A los seis días acudieron en auxilio de la plaza fuerzas españolas y francesas que de momento no consiguieron tomarla a pesar de los duros ataques que le infringían, hasta que al fin, al cabo de días tras el intenso bombardeo con unos cañones puestos en el derruido convento de extramuros, lograron al final abrir una brecha en la muralla, por donde pudieron entrar las fuerzas sitiadoras. Esta brecha abierta en la Muralla, allí junto al almacén de la Cilla[3], es el que se conoce como el Boquete de la Cilla.
Ahuyentando el enemigo se reflejó en la isla, parapetándose una partida de ellos en el fuerte de Santa Catalina, donde fueron al fin reducidos. Los prisioneros fueron fusilados. Valdés con el resto desde la Isla embarcaron aquella noche logrando ganar la costa marroquí.
ENTRADA EN LA PLAZA A GRITOS DE REVOLUCIÓN
Es importante detenernos en la guarnición que existía, al igual que en los gritos emitidos de entrada en la Plaza, como al hecho de los detenidos. Así pues, la guarnición que existía en Tarifa se componía de una corta compañía del regimiento Leales de Córdoba, un piquete de caballería de Merino y la pequeña compañía de los Inválidos[4].
Al introducirse en la Plaza gritaban “viva la libertad”, a cuyos gritos acudió la compañía de Leales, y según se vio, si bien los jefes no estaba en relaciones con ellos como lo probaron, no sucedía así con las tropas; pues hallándose diseminados unos en una parte del arroyo que atraviesa la ciudad y los otros a la otra parte gritando unos “Viva la libertad” y los otros “Viva el rey”, se hacían fuego, más de este no resultó desgracia alguna, antes bien daban la vuelta por los puentes que había y se abrazaban. En vista de esto el capitán y teniente de la compañía huyeron, logrando aquel burlar la persecución de los liberales con grave riesgo de su vida, más el teniente don Manuel Guerra fue hecho prisionero y fusilado en la Isla de esta ciudad por no haber querido gritar con ellos “Viva la libertad”. La misma suerte sufrió don Agustín Domené teniente de la compañía de Inválidos, que estaba al servicio de esta Isla y a quien sorprendieron, por haberse negado a dar el mismo grito.
Los Religiosos Franciscanos descalzos que había y eran unos viejos, fueron presos y encerrados en la torre de la Isla, como igualmente los dependientes del resguardo de Hacienda. El piquete de Caballería no quiso tomar parte con ellos, por lo que fueron desarmadas. Sólo el clarín joven imberbe, mejor dicho un niño, se le adhirió no por voluntad, sino por que no le quitaran el uniforme y principalmente el pantalón que era de paño color grana con galón de plata, lo que prueba su inocencia.
DEL PRESIDIO
Del presidio que existía aunque eran pocos, a pesar de haberles dado libertad no se unieron a ellos más que tres o cuatro.
Tomada posesión de la Plaza e Isla, se informaron los jefes de las personas de mejor rango y posición, a los cuales las llevaban a la Isla. Allí les exigían las cantidades que les parecía según su poder adquisitivo, y les amenazaban con quitarles la vida sino la entregaban, de modo que no tenían otro remedio que entregarles el dinero, e incluso buscarlo entre sus amigos.
Puede figurarse cualquiera, el miedo y desconsuelo que habría al verse tratada de este modo a la población tranquila y pacífica de por sí, sin tener recursos interiores más que por el tiempo en que sucedió, algún trigo en grano sin poderlo mandar a molinos porque no permitían salir a nadie, ni los que estaban fuera se atrevían a entrar, y mucho menos, aquellos que encima tenían bestias porque de seguro que se quedaban sin ellas. Es por ello que en aquel entonces existía casas que majaban el trigo en el almirez y otras en molezuelas para poder hacer si quiera un mal pan.
SITUACIÓN DE LA POBLACIÓN
En cuanto al vecindario nadie tomó parte con ellos excepto tres o cuatros, y esto lo prueba que todos los días echaban bandos habiendo llegado uno a 34, todos con pena de la vida al vecino que no se presentase bien para tomar las armas o ya para las demás faenas que tenían que realizar. Más a pesar de esto todos se escondían o veían como podían evitarlo, previendo siempre un desenlace funesto.
Cada vez iban siendo mayores la escasez, los apuros y los peligros. Los sitiados oprimían de una manera y los sitiadores de otra, por lo que era una continua agonía.
Los queches (guardacostas de Algeciras al mando de un tal Serafín) no dejaban de tirar balas a la población que hacían bastante daño tanto en los edificios como en los ánimos.
Los franceses por otro lado, hicieron un camino cubierto en el Barrio de Extramuros, que comunicaba con el convento caído por los Franciscanos, donde colocaron artillería para cubrir la brecha, la cual no se veía tanto por los muros del convento cuanto por haberla puesto en unas ventanas tapiadas del mismo, para cuando recibieran la orden de romper fuego echarlas abajo. Colocaron otra batería de obuses por encima del Olivar que dominaba completamente al pueblo, y no dejaban de tirar granadas.
UN FUEGO DE GRANADAS CONTINUO
El día 18 de Agosto de 1824 se produjo en Tarifa un fuego de granadas tan continuo que espantaba y sobresaltaba a toda la población. Aquella noche, se creía que no amanecería una casa en pie.
La mayor parte de la gente o casi toda estaba refugiada en las dos Parroquias, principalmente las mujeres, pues algunos hombres dormían en sus casas por no dejarlas abandonadas. Los que estaban refugiados en San Mateo se encontraban menos mal, en razón a que el techo es de sillería y podía resistir las granadas, más los que se hallaban en San Francisco estaban peor por ser un techo de teja. Este mismo día por la noche entró una granada por la ventana de la Iglesia de San Francisco, y le cayó en la falda a una joven llamada Salvadora Caballero Ortega, la cual reventó al instante haciéndola mil pedazos y muriendo además otras seis personas, unas en el acto y otras después (Archivo Parroquial de la iglesia mayor de San Mateo Mateo). Calcule cualquiera lo que sucedía en estos momentos: Las lámparas se apagaron; las mujeres gritando; los niños llorando; en fin, una confusión y desconcierto difícil de explicar. En aquella hora, ya bien avanzada la noche, sin mirar el riesgo que corrían saliendo a la calle por la lluvia de granadas, llorando y gritando se trasladó la mayor parte de la gente a la iglesia de San Mateo, donde llevaron los heridos de las granadas que no perecieron en el acto. Fue una noche de angustia y desolación.
Valdés al frente de una partida refugiados en Gibraltar, se introdujo en la ciudad, al abrirse sus puertas, al grito de “Viva la Constitución de 1812” [2].
Era gobernador militar de la plaza el brigadier don Manuel Daván Urrutia, que a la sason se encontraba cuando el hecho en Algeciras. Los insurrectos que al mando de dicho coronel Valdés, habían desembarcado aquella noche procedente de Gibraltar sorprendiendo en la Isla a la pequeña compañía del regimiento de Inválidos mandada por el capitán don José Ramón Aznar.
A los seis días acudieron en auxilio de la plaza fuerzas españolas y francesas que de momento no consiguieron tomarla a pesar de los duros ataques que le infringían, hasta que al fin, al cabo de días tras el intenso bombardeo con unos cañones puestos en el derruido convento de extramuros, lograron al final abrir una brecha en la muralla, por donde pudieron entrar las fuerzas sitiadoras. Esta brecha abierta en la Muralla, allí junto al almacén de la Cilla[3], es el que se conoce como el Boquete de la Cilla.
Ahuyentando el enemigo se reflejó en la isla, parapetándose una partida de ellos en el fuerte de Santa Catalina, donde fueron al fin reducidos. Los prisioneros fueron fusilados. Valdés con el resto desde la Isla embarcaron aquella noche logrando ganar la costa marroquí.
ENTRADA EN LA PLAZA A GRITOS DE REVOLUCIÓN
Es importante detenernos en la guarnición que existía, al igual que en los gritos emitidos de entrada en la Plaza, como al hecho de los detenidos. Así pues, la guarnición que existía en Tarifa se componía de una corta compañía del regimiento Leales de Córdoba, un piquete de caballería de Merino y la pequeña compañía de los Inválidos[4].
Al introducirse en la Plaza gritaban “viva la libertad”, a cuyos gritos acudió la compañía de Leales, y según se vio, si bien los jefes no estaba en relaciones con ellos como lo probaron, no sucedía así con las tropas; pues hallándose diseminados unos en una parte del arroyo que atraviesa la ciudad y los otros a la otra parte gritando unos “Viva la libertad” y los otros “Viva el rey”, se hacían fuego, más de este no resultó desgracia alguna, antes bien daban la vuelta por los puentes que había y se abrazaban. En vista de esto el capitán y teniente de la compañía huyeron, logrando aquel burlar la persecución de los liberales con grave riesgo de su vida, más el teniente don Manuel Guerra fue hecho prisionero y fusilado en la Isla de esta ciudad por no haber querido gritar con ellos “Viva la libertad”. La misma suerte sufrió don Agustín Domené teniente de la compañía de Inválidos, que estaba al servicio de esta Isla y a quien sorprendieron, por haberse negado a dar el mismo grito.
Los Religiosos Franciscanos descalzos que había y eran unos viejos, fueron presos y encerrados en la torre de la Isla, como igualmente los dependientes del resguardo de Hacienda. El piquete de Caballería no quiso tomar parte con ellos, por lo que fueron desarmadas. Sólo el clarín joven imberbe, mejor dicho un niño, se le adhirió no por voluntad, sino por que no le quitaran el uniforme y principalmente el pantalón que era de paño color grana con galón de plata, lo que prueba su inocencia.
DEL PRESIDIO
Del presidio que existía aunque eran pocos, a pesar de haberles dado libertad no se unieron a ellos más que tres o cuatro.
Tomada posesión de la Plaza e Isla, se informaron los jefes de las personas de mejor rango y posición, a los cuales las llevaban a la Isla. Allí les exigían las cantidades que les parecía según su poder adquisitivo, y les amenazaban con quitarles la vida sino la entregaban, de modo que no tenían otro remedio que entregarles el dinero, e incluso buscarlo entre sus amigos.
Puede figurarse cualquiera, el miedo y desconsuelo que habría al verse tratada de este modo a la población tranquila y pacífica de por sí, sin tener recursos interiores más que por el tiempo en que sucedió, algún trigo en grano sin poderlo mandar a molinos porque no permitían salir a nadie, ni los que estaban fuera se atrevían a entrar, y mucho menos, aquellos que encima tenían bestias porque de seguro que se quedaban sin ellas. Es por ello que en aquel entonces existía casas que majaban el trigo en el almirez y otras en molezuelas para poder hacer si quiera un mal pan.
SITUACIÓN DE LA POBLACIÓN
En cuanto al vecindario nadie tomó parte con ellos excepto tres o cuatros, y esto lo prueba que todos los días echaban bandos habiendo llegado uno a 34, todos con pena de la vida al vecino que no se presentase bien para tomar las armas o ya para las demás faenas que tenían que realizar. Más a pesar de esto todos se escondían o veían como podían evitarlo, previendo siempre un desenlace funesto.
Cada vez iban siendo mayores la escasez, los apuros y los peligros. Los sitiados oprimían de una manera y los sitiadores de otra, por lo que era una continua agonía.
Los queches (guardacostas de Algeciras al mando de un tal Serafín) no dejaban de tirar balas a la población que hacían bastante daño tanto en los edificios como en los ánimos.
Los franceses por otro lado, hicieron un camino cubierto en el Barrio de Extramuros, que comunicaba con el convento caído por los Franciscanos, donde colocaron artillería para cubrir la brecha, la cual no se veía tanto por los muros del convento cuanto por haberla puesto en unas ventanas tapiadas del mismo, para cuando recibieran la orden de romper fuego echarlas abajo. Colocaron otra batería de obuses por encima del Olivar que dominaba completamente al pueblo, y no dejaban de tirar granadas.
UN FUEGO DE GRANADAS CONTINUO
El día 18 de Agosto de 1824 se produjo en Tarifa un fuego de granadas tan continuo que espantaba y sobresaltaba a toda la población. Aquella noche, se creía que no amanecería una casa en pie.
La mayor parte de la gente o casi toda estaba refugiada en las dos Parroquias, principalmente las mujeres, pues algunos hombres dormían en sus casas por no dejarlas abandonadas. Los que estaban refugiados en San Mateo se encontraban menos mal, en razón a que el techo es de sillería y podía resistir las granadas, más los que se hallaban en San Francisco estaban peor por ser un techo de teja. Este mismo día por la noche entró una granada por la ventana de la Iglesia de San Francisco, y le cayó en la falda a una joven llamada Salvadora Caballero Ortega, la cual reventó al instante haciéndola mil pedazos y muriendo además otras seis personas, unas en el acto y otras después (Archivo Parroquial de la iglesia mayor de San Mateo Mateo). Calcule cualquiera lo que sucedía en estos momentos: Las lámparas se apagaron; las mujeres gritando; los niños llorando; en fin, una confusión y desconcierto difícil de explicar. En aquella hora, ya bien avanzada la noche, sin mirar el riesgo que corrían saliendo a la calle por la lluvia de granadas, llorando y gritando se trasladó la mayor parte de la gente a la iglesia de San Mateo, donde llevaron los heridos de las granadas que no perecieron en el acto. Fue una noche de angustia y desolación.
[1] TERÁN FERNÁNDEZ, F., El suceso de Los Cigarreros, ALJARANDA, número 6, tercer trimestre, septiembre 1992, págs. 16-18, Excmo. Ayuntamiento de Tarifa.
[2] SEGURA GONZALES, W. La medalla de Tarifa, ALJARANDA, numero 26, tercer trimestres, septiembre 1997.
[3] Antiguamente existía el edificio de la Cilla Arzobispal, donde se encontraban los Diezmos y Primicias, así como las paneras, pertecientes al Cabildo de la Catedral de Cádiz, donde se hacía pan para los pobres de solemnidad de la población.
[4] Archivo particular del Cronista oficial de Tarifa, Jesús Terán Gil.
Francisco Javier Terán Reyes
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