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lunes, 13 de enero de 2014
Tarifeños de Hoy y de Ayer: Don Rafael Chamizo y la zapatería de Damián
NUESTRA MEMORIA
Tarifeños de hoy y de ayer
Por: Francisco Javier Terán Reyes
Tarifa nuestro pueblo, como me gusta llamarlo a mí, es sumamente rico en experiencia humana y existen grandes tarifeños que marcaron a los suyos con sus huellas. Como suele suceder en la mayoría de los pueblos, viven una serie de personajes que se hacen populares por diversos motivos. Personajes de todo un pueblo, que sea cual sea su índole, con sus virtudes y defectos, con su ingenio, brillo o tragedia están reconocidos en la mente de todos los tarifeños. Hombres y mujeres de gran valor, que brillan y han brillado en actividades muy diversas: artesanos, médicos, agricultores, practicantes, maestros, escritores, artistas, políticos, intelectuales y de todos tenemos un pequeño álbum en la memoria, pero también están los que sin haber recibidos dones en vida, convirtieron su manera de vivir en toda una aventura digna de ser contada. El propósito de estas líneas es ir al rescate de esa vida, al rescate de esos hechos, y de manera sencilla rendirle pleitesía tarifeña.
Don Rafael Chamizo y la zapatería de Damián
En una de las calles más famosas y largas de Tarifa, en la calle de la Virgen de la Luz, aquella que es tan coqueta y que baja de la Puerta de Jerez hasta la Calzada, se nos abría la antigua zapatería de Rafael Chamizo Ortega, zapatería conocida popularmente como la de Damián. En esa entrañable calle comercial, pequeña, estrecha y llena de soportales se encontraba Damián, quien se ha preocupado de calzar a gran número de familias tarifeñas, tanto a mayores como a pequeños.
Don Rafael se curtió en dicho oficio de zapatero con apenas 5 añitos, casi al nacer, pues en 1939 cuando su padre ya abrió la zapatería actuando de cortador de pieles para que sus tíos fueran montando el buen calzado, el pequeño Rafael ya correteaba por el mostrador de un lado para otro. Seguro que muchos tarifeños tendrán en la retina la década de los años 70 y 80, cuando Rafael, acompañado de su hermana Pepa Chamizo Ortega y la que es su mujer, Petra Santamaría, atendían a la mayoría de tarifeños en ese pequeño cuartito de la calle de la Luz.
Una vieja puerta marrón de madera que poseía una pequeña chapa metálica con remaches que se lustraba con “sidol” y unos pocos escalones que daban acceso a la tienda. Además su zapatería poseía unos escaparates a ambos lados de su fachada, más otro pequeño escaparate que existía cerca del rinconcito de cerámica de nuestra Virgen de la Luz. Rafael, muy aficionado al ciclismo, pues fue uno de los primeros que tuvieron bici de carrera, era muy meticuloso con su trabajo, hasta tal punto que revisaba la colocación de las etiquetas y precios de su escaparate, para que siempre estuvieran perfectamente ordenados.
Por aquél entonces las botas se hacían a mano y eran muy famosas esas que “gastaban los chiquillos”, unas botas negras con suela de caucho negro. Sencillamente, la chiquillería de hace algunos años les ponían tachuelas a esas botas para poder jugar a resbalarse por las cuestas. También se traían sandalias de goma, las típicas alpargatas de esparto; las botas camperas y un sinfín de zapatos que venían muchos de ellos de Palma de Mallorca. Antes, alrededor de los años 80, un zapato bueno te costaba a precio de costo unas doscientas cincuenta pesetas, cuando ahora el mismo zapato de calidad te puede costar unos 120 euros. La calidad de antes de los zapatos era toda buena, entre ellas podíamos encontrar “Inca, el Gorila, el Avión o Coloma. Coloma era la mejor que había, ya que el zapato era de piel buenísima”. En aquel tiempo se vendían más zapatos de mujeres que de hombres. Ellas eran más de alpargatas, las de suela de goma o de esparto. A esas de esparto se les ponía suela de alquitrán y se les incrustaban piedras permitiéndole a la mujer de paso, el hermoso taconeo.
Como anécdota os puedo contar que su padre una vez compró un camión lleno de zapatillas de gomas y naturalmente, Tarifa se llenó de ellas. Sí, esas zapatillas que han llevado muchos tarifeños, el problema que tenían era que cuando sudaba el pie al caminar, la inestabilidad era bastante constante.
-“Se vendían muchos zapatos antes”-. Don Rafael habrá llegado a vender millones y millones de zapatos, toda una vida dedicada a ello tras el pequeño mostrador con su accesoria, con ese olor a nuevo y con la fotografía al fondo de Crispín, el patrón de los zapateros. Pero Rafael no sólo se dedicó a estar detrás del mostrador, sino que también trabajó de representante y se iba a las tiendas de Facinas con una caja de zapatos de hombre con varias muestras. Ese mismo trabajo ya lo realizó su padre, pero éste se desplazó entonces, no en coche sino en burro. Indudablemente la venta del calzado era muy diferente de si se trataba del marinero que si se trataba del hombre del campo. El hombre del campo se llevaba unas botas de esas de clavos para trabajar la tierra, que se llamaban Borceguies. Y el hombre de la mar, se llevaba sus botas de agua, que por aquel entonces, en España no existían y eran los propios taxistas quienes las traían de Gibraltar.
Pero el zapato que más vendió Damián durante toda su actividad comercial, ha sido el zapato de trabajo, el del albañil. Un zapato cómodo y duradero. También se usaron mucho “las Kun-Fu” o “Safari” y su nombre depende de la procedencia de quién las compre, y me explico: Se les llamaba kun-Fu porque en la popular serie de televisión de esos años, el protagonista las llevaba colgadas al hombro y por ello se le puso ese nombre, aunque es usual conocerlas por diferentes nombres, tales como: las guarras, porretas, puercas, etc.
¿Y quién no ha comprado la clásica babucha de paño en lo de Damian? Esta babucha no podía faltar, una zapatilla que se vendía sobre todo en invierno y más aun durante la víspera de Reyes, dónde les daban las dos de la mañana trabajando.
Tampoco no era raro que apareciese alguien con una cañita como medida de un pie para comprarle unos zapatos a su primo o cualquier familiar. Una de las anécdotas que recuerda Rafael, es aquella de cuando un buen hombre de campo le compró unos zapatos para estrenarlo en una boda, ya que él era el padrino. El domingo por la mañana, el buen hombre aparece en su casa vestido de boda y tó, con los zapatos, pues se había ido directamente de la misa en busca suya, diciéndole que le había vendido un zapato de número diferente al otro y que por eso no se lo podía poner. Inmediatamente Rafael se acercó a la tienda a comprobar el género vendido y vio que no, que lo que le había vendido estaba bien, así que empezó a mirar sus zapatos y volvió a ojearlos, descubriendo que el buen hombre no le había quitado el cartón de dentro…
En esa coqueta zapatería estuvo Rafael hasta su jubilación, allá por el año 2003, donde se cerró a cal y canto. Es frecuente que se recuerde cómo en los buenos tiempos había colas a las puertas del establecimiento para comprar zapatos en las fechas habituales de estreno, es decir, para el Corpus, el Jueves Santo o la Feria, o con motivo del comienzo de las clases, cuando muchas familias se surtían de los célebres “Gorila” para el nuevo curso.. Y como no, Damián, también practicaba algo muy habitual en el pequeño comercio, la costumbre de “apuntar” las compras en una libreta para que después los clientes habituales fueran liquidando los cargos por meses o por semanas, una costumbre que algunas personas siguen practicando incluso hoy en día, pero que antes era muy habitual decir: - ¡Apúntamelo Damián hasta que venga mi mario de la mar!- o bien - ¡Damián déjamelo Fiao!”-
Entre otras anécdotas -ya que 65 años da para mucho- me contó que también la gente devolvía los zapatos a los días siguientes, “ya estrenao” y muchos querían que le devolviesen el dinero, aunque Chamizo les decía que era imposible ya que habían sido usados y era evidente que la mayoría de ellos estaban arañados y gastados. Seguro que muchos se habrán comprado los primeros náuticos allí, los primeros Kiowas o Quiovas negros, los primeros Tórtolas y los primeros zapatitos blancos de comunión. Una zapatería de toda la vida que guardamos con cariño en nuestra memoria, una zapatería por donde pasaba todo un pueblo para arreglarse o comprar unos buenos zapatos. Así valgan estas pocas líneas como reconocimiento cariñoso a este señor y a su negocio que a tantos tarifeños trató, detrás de un viejo mostrador.
Fuentes Consultadas: Testimonio oral Rafael Chamizo Ortega Entrevista realizada por el periodista Shus Terán el 29/05/2003 para el diario Europa Sur.
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