Es cuando empiezan a aflorar todos mis sentidos y mi piel los percibe suavemente como una caricia. Los recuerdos retornaban a mi mente.
Recuerdo el sol tibio en cualquier corral de las casas de antes. Parte de mi infancia la viví recorriendo los corrales de las casas de patios de vecinos de la calle Silos. Tan entrañable era la casa de Juan Luís.
Fue entonces cuando recordé el olor de las batatas recién cocidas de mi abuelo, el olor del patio plagado de jazmines, ubicado en la calle de la Luz. Las tardes jugando con mis amigos por el típico corral que habitualmente solían tener las casas tarifeñas. Casas preñadas de recuerdos, con olor a queso que se curaba en las puertas de las casas.
Las velas llamadas mariposas que flotaban en el agua de los santos que nuestras madres encendían en la penumbra.
¡Que lejos de lo que yo recordaba! Aquellos caminos por donde mis pasos de niño corrían alocados jugando a saltar azoteas de tejado en tejado con mis hermanos y las paradas que hacíamos en la “tienda que tenia de todo”.
Nuestra revolución cultural
Un día apareció en la tienda un producto que iba a tener gran éxito y, sin imaginarlo, gran influencia entre todos los niños del pueblo, especialmente los varones. Fueron los tebeos, que cualquier buen señor había traído con su característico buen olfato comercial, Primero fue “el guerrero del antifaz”, basado en las luchas entre moros y cristianos; luego “el pequeño luchador” que relataba aventuras entre indios y vaqueros del Oeste norteamericano; enseguida apareció “hazañas bélicas” que se inspiraba en acciones de la segunda guerra mundial y, al mismo tiempo, “Roberto Alcázar y Pedrín” que narraba aventuras de este atildado súper detective y un chavalín que era su compañero inseparable. En poco tiempo nuevos personajes fueron engrosando la lista de los anteriores como Carpanta, Mortadelo y Flemón (agencia de información), el reporter Tribulete (que en todas partes se mete), Zipe, Zape y don Pantuflo, etc., etc. Había una de aquellas publicaciones que, además de muchas historietas, traía los famosos inventos del profesor Frank de Copenhague; se llamaba TBO y supongo que el nombre de tebeos que dábamos a todas ellas, debía de provenir de esta. Actualmente se va popularizando la denominación de cómics que, aunque aceptable, no deja de ser un anglicismo.
Me quede pensativo un rato. Como explicarles que mi infancia estaba presente en cada rincón de ese pueblo, en el aire mismo que respiraba en ese instante, tan puro y limpio como la inocencia de un niño. Había vuelto a pasear por mi pueblo y el me había hecho el regalo mas entrañable, envuelto en un papel celofán tejido en sensaciones, me había devuelto mi infancia.
Menudos Recuerdos de mi Infancia:
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