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Es una asociación-Sociocultural que nace para difundir y recopilar la Historia de Tarifa.Esta la hacemos entre todos. Nuestra dirección es: baluarte-tarifa@hotmail.com Estamos trabajando en una página oficial para Baluarte. De momento este es un blog vinculadO a ella y con artíiculos firmados personalmente.

sábado, 12 de enero de 2013

Fortaleza Califal


Video Fortaleza Califal de Tarifa. Producción y camara M. Alberti. Textos y Voz. Fran Terán.


 Para Tarifaaldia.es

 

domingo, 6 de enero de 2013

Los Juguetes de un día de Reyes

Por Francisco Javier Terán Reyes


Los Reyes de los años 70, no eran lo mismo de los de ahora, y los de mis padres muy alejados de los míos, pero me gustaría hablaros de estos años ya que es mi generación y la de muchos tarifeños.
 
Pienso que mi generación es una de las últimas que jugaron literalmente en la calle, pues allí pasábamos la mayor parte del día. En la calle jugábamos a todo, calle arriba con calle abajo deseando que viniesen las esperadas “Modas”. Me refiero a modas de juegos. Todos jugábamos a lo mismo en Tarifa, era alucinante como exactamente había en tiempo y en forma un espacio por estaciones para las distintas modas de juegos y era muy habitual ver algún chico haciendo el perrito o el trapecio con el fosforito yo-yo-Master.
 
Otra moda fue la de las chapas; los tirachinos; las pistolas de cohetes con esos petarditos rojos que venían en una arandelita circular y que se metía directamente en el sutil artefacto. Los más osados y por norma general los más mayores, para divertirse, fabricaban sus bombas con amoniaco, una bola de papel “arbal” y una botella de plástico. Pero realmente el juego más apasionante era las bolas, para nosotros las canicas. Se jugaba al Cribi y no era raro escuchar a los niños decir “nokilimpio o nokisucio”; “cuarto y mitad” (noki=toque). Recuerdo esas bolas chinas, esas bolas de hueso, los bombos y sobretodo los aceritos, que destrozaban con su golpe cualquier bombo.
 
Ya por las barriadas muchos chiquillos nos agolpábamos para jugar al trompo. Los más agudos, para destrozar trompos le cambiaban la punta por una de punta de caballo, o a lo sumo se cortaba una puntilla y se esperaba al afilador para que la dejase con tanta finura capaz de destrozar cualquier trompo. Por supuesto para defendernos de tal atrocidad de trompo, los demás poníamos chinchetas en nuestra maderilla para paliar tal acoso. Como punto final decorábamos nuestro trompo con esmalte de uñas ,pues pensábamos que le daba una capa más de fuerza, sólo una objeción: si llegabas a jugar en alguna calle, plazoleta o barriada, y no te conocían o te querían gastar cualquier broma pesada, no era raro que apareciese cualquier listillo y gritara: ¡Trompo pintado al tejado! Para que ipsofactamente te lanzara tu maravilloso trompo hacia el tejado más cercano, es decir, te lo “embarcara”, mientras tú mantenías el tipo como podías, quedándote estupefacto, boquiabierto, patidifuso y con cara de pez.
 
Pero los Reyes Magos no siempre te traían lo que le pedíamos, aunque nos conformábamos con lo que amaneciera. Afortunadamente podemos decir en mi generación, más o menos, hemos tenido de todo. El regalo estrella, ya con una cierta edad, era la bicicleta. El día 6 de Enero, con buen tiempo soleado nuestro maravilloso pero descuidado paseo de la Alameda se llenaba de ellas. Las más comunes, las BH y las Orbea, aunque las que partieron “pana” fueron las Motorettas, concretamente las de color rojo, aquellas pesadas como un armario de largos asientos y de respaldo altos y negros. No sé cómo serán las bicicletas del futuro, si serán impersonales, si serán del Decathlon, del Carrefour o de Campito; no sé si llevaran cestita o batería, pero en aquel tiempo quien tenía Una, era lo más. Los modelos iban acordes a tu edad y podían contarse con los dedos de una mano. ¿Quién no se ha montado en una G.A.C Motoretta, en una Rabassa Derbi, o en una Torrot Cross MX? Posteriormente aparecieron algunas más modernas sobre todo la Orbea BMX o la BH Californiana.
 
Dando bandazos de arriba para abajo del paseo, perdiéndonos por los callejones a tal velocidad, no era raro que alternáramos esta actividad a dos ruedas con otra muy divertida, la de tirarnos y hacer carreras por las cuestas con los monopatines. Recuerdo que los críos nos tirábamos por las cuestas con esos monopatines (que entonces no eran skate), eran los famosos “sancheski” naranjas con ruedas negras que acumulaban toda la mierda de la calle y que llegaban a frenar considerablemente su vuelo. Y nos tirábamos por la cuesta cerquita de la maravillosa tienda de Pepe Campo, también nos tirábamos por la cuesta que desemboca por el Café Bar Central, pero sobretodo, por donde más disfrutábamos era por la cuesta de la calle Parras que iniciábamos en la calle Peñita.
 
Ni que decir tiene que andábamos en bicicleta sin casco, ni protectores para rodillas ni codos, solíamos poner una botella vacía de plástico en la rueda de atrás para que pareciese una moto. (Sabrán de qué hablo). Nos abríamos la cabeza jugando a guerras de piedras y no pasaba nada, eran cosas de niños y se curaban con mercromina (roja) y unos puntos y al día siguiente todos contentos. Los columpios eran de metal y con esquinas en pico. Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día y sólo volvíamos cuando se encendían las luces. Así, no era raro que todos tuviésemos parches en el chándal por estar habitualmente todo el día tirado.
 
Por fin llegaba el ansiado día de Reyes, previamente nos habíamos pegado más de un mes subiendo en ascensor a la planta de juguetes del popular edificio de Galerías Villanueva. Tambien habíamos pasado embelesado algún tiempo que otro por los escaparates de Trujillo, pero dónde nos habíamos pegado más tiempo aplastando nuestra nariz contra el cristal, fue en ese escaparate de los Villanueva, que llenaba literalmente de juguetes al final de la calle de la Luz. Allí siempre había un tren eléctrico dando vueltas y no era raro ver al mozo de Juan León poniendo un perfecto número en cualquier etiqueta. Nosotros nos quedábamos embobao y luego Andito pasaba un paño al escaparate, para dejarlo perfectamente pulcro y limpio.
 
No tuvimos Playstation, pero sí Spectrum 48 K donde te tirabas toda una hora cargando el juego a través de una cinta de casette y que tenía un pitido insoportable para que al final de la carga fallase. Por increíble que parezca para la generación del CD, nosotros rebobinábamos las cintas, tanto éstas como las de músicas, con el famoso boli Bic del capuchón azul.
 
De los mejores regalos que podíamos encontrar en el día de Reyes era el Cinesic. Uno de los mejores juguetes que han inventado no hace mucho tiempo, pues te permitía controlar el tiempo para adelante o para atrás, ahora lento o ahora rápido y seguro que para muchos sería un preludio de poseer una cámara de televisión casera. Lo malo de este juguete era que gastaba esas pilas grandes que se sulfataban muy rápido si no las quitaba, y claro está, echaba a perder ese maravilloso aparato.
 
Podría hablaros del Scalectrix o del Magia Borras, del Telesketch que se convirtió para algunos en su primer contacto con el Photoshop.; podría hablaros de las tardes lluviosas o frías jugando a Juegos Reunidos, al Operación o inventando cualquier nueva fórmula magistral en el Quimicefa pero entonces la mágica noche de los Reyes perdería la chispa que da el recuerdo de nuestra memoria Permítanme para finalizar una recomendación personal, disfruten de esta noche mágica, aunque pasen los años, nunca pierdan la ilusión y si se pierde acudan a la memoria de nuestra infancia. Feliz Día de Reyes.

viernes, 4 de enero de 2013

LAS CAJILLAS, EL TAJ-MAHAL DE LOS PASTELES Y EL ROSCÓN DE REYES

Las “Cajillas”, el Taj-Mahal de los pasteles y el Roscón de Reyes

 
En los obradores se elaboran los dulces por el maestro confitero, transmisor de saberes y secretos de antigua tradición oral, que han pasado de abuelos a hijos y de hijos a nietos. Ambas pastelerías son sabores de infancia, de dulces, como de otras delicadezas que sólo se gozan en días señalados.

Francisco Javier Terán Reyes

Existe en Tarifa, varias confiterías con encanto. Pequeñas y coquetas, conocidas por todos como las de Bernal, ya que aunque una se llama la Tarifeña y la otra Pastelería Bernal, ambos propietarios se apellidan igual. El solo pronunciamiento de sus nombres nos evoca lo tradicional y se nos hace la boca agua.

La Tarifeña, ubicada desde 1956 en una de las calles más famosas de Tarifa, aquella que le da nombre a nuestra Patrona, la calle de la Luz. La otra pastelería sin duda es, la de “La Calzada”, la de José Bernal, antiguamente conocida como la Gaditana y que no podía estar mejor situada. Ambas se encuentran en el centro y es, sin desmerecer a otras, el mejor escaparate de nuestros tradicionales y apreciados dulces.

En los obradores se elaboran los dulces por el maestro confitero, transmisor de saberes y secretos de antigua tradición oral, que han pasado de abuelos a hijos y de hijos a nietos. Ambas pastelerías son sabores de infancia, de dulces, como de otras delicadezas que sólo se gozan en días señalados.

De nombre destacado en nuestra ciudad, es la antigua “Cajilla” de Tarifa. Un típico dulce de almendra, de tradición andalusí. Un pastel de fina base de harina de trigo sin refinar, con huevos frescos de las últimas puestas. Pasta de almendra en su interior y una tapa de azúcar blanca glaseada. Es natural que esta ambrosía delicada y exquisita no falte en fiestas como celebraciones onomásticas o Navidad. Precisamente este manjar para el paladar solo se fabricaba con la llegada de estas fechas navideñas. Sin embargo la ley de la oferta y la demanda, y una mejora del mercado ha hecho que "la Cajilla" pueda ser degustada durante cualquier época del año.

Las cajillas de Tarifa son el Taj-Mahal de los pasteles. Fantasía de la repostería, donde la almendra se convierte en algo mágico en la boca que te evoca entusiasmo e ilusión traducido en una explosión de sabores que nos traslada a épocas y culturas de donde procedemos y nos llevan a nuestra más entrañable infancia.

La cajilla es frágil como ese palacio blanco, tan frágil que con un sólo dedo derribarías sus torres y empezaríamos a relamer sus dulces muros glaseados. Al igual que el palacio fue un regalo de amor de un sultán en honor a la mujer de su vida, las cajillas de estas pastelerías es una muestra de amor de la familia Bernal a Tarifa. La sensibilidad de este trabajo es traducido aquí en la belleza de los sentidos. Después de esto, no hay duda, que a nadie le amarga un dulce.

El otro gran dulce típico de estas fechas digamos que es el Roscón de Reyes. La tradición del Roscón siempre se asocia a los Reyes Magos, aunque realmente no tiene nada que ver con ellos. No es que vayamos a quitar la mula y el buey, ¡Dios me libre!, sino que cuentan que la tradición de este dulce se remonta a los tiempos del Imperio Romano. En aquél entonces eran unas tortas dulces que se repartían entre la gente. Aquél que encontraba el haba que se escondía en su interior era tratado como un rey el resto del día.
 
Según se dice, al Roscón se le dio esa forma para hacerlo semejante a la corona de un Rey con sus piedras preciosas. A partir del siglo III, esta tradición llegó a Francia y España asimilada por el cristianismo. En aquel entonces se escondía en su interior el haba y una figurita. A quién le tocaba el haba pagaba el Roscón y el que encontraba la figurita era coronado Rey (en su casa) por ese día. En nuestros días, hay zonas en las que se sigue la tradición como entonces y otras en las que ya sólo se introduce la figurita. En este último caso, será cada casa la que tendrá que decidir la finalidad de esta figurita…para ser tratado como un Rey… o para pagar el Roscón.

  Fuente: Francisco J. Terán Reyes